No fue precisamente un biólogo el que nos recordó el nacimiento de Darwin. El adjunto corresponde al profesor y periodista NECIAS TAQUIRI YANQUI , editorialista del diario regional "La Calle" de Ayacucho.
HOMBRES INTEMPORALES
Hombres intemporales son -porque jamás los olvidaremos- aquellos que como Marx, Lenin, Ghandi, Jesús, Fidel Castro, Julio C. Tello, Mariátegui, Vallejo, Arguedas, Neruda, etc., dejaron sabias enseñanzas en su época y para todas las épocas en beneficio de los demás. Gente que olvidó de sus propios intereses, y hasta de sus familiares, para ponderar los intereses de los demás, de los pueblos, de la humanidad toda, inclusive desde posiciones ideológicas contrapuestas, pero de hecho con la mejor predisposición de actuar siempre en beneficio de la sociedad.
Uno de esos hombres es Charles Darwin, quien nació el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury, Inglaterra. Un genio entre los genios, que desde pequeño destacaba por su curiosidad, casi tanto como destacan los periodistas más acuciosos de estos tiempos, y un observador de primera. Nunca obtuvo notas brillantes y hasta un ‘fracasado’ en la carrera de Medicina y en la carrera de clérigo. Amigo del naturalista John Stevens Henslow y del geólogo Adam Sedgwick, y posteriormente su mejor discípulo. Con Henslow trabajó en la recopilación de datos y observaciones sobre la fauna y flora durante un viaje por el hemisferio sur y ahí encontró su verdadera vocación científica. Estuvo, por ejemplo, en los desiertos de sal de Perú, dentro del recorrido que hizo por el mundo.
Con la ingente cantidad de datos, especímenes y reflexiones recogidas durante su viaje, Darwin, de acuerdo a la información revisada, comenzó una lenta y trabajosa labor de investigación, como una araña afable en el centro de una tela de araña mundial, formada por la comunidad científica, gracias a la cual acumuló una portentosa cantidad de conocimientos, que le llevó a plantear una teoría sobre “El origen de las especies” o la teoría de la evolución. Darwin decía que todas las especies de la tierra descendían de un sólo antepasado común y que la fuerza que empujaba los cambios, eran los cambios en el medio.
Planteó que: “ni Dios creó las especies una a una, ni éstas cambiaban por voluntad divina”. Horror de horrores, señores, para esa época. Han pasado 150 años y ahora no se toma la teoría como una aberración, y si bien los estudios han avanzado enormemente, nunca deja de basarse en su trabajo, que antes de publicarse, le costó 20 años de investigación. El libro agotó sus ejemplares el mismo día de su publicación y desde entonces, las nuevas ediciones literalmente volaron de los estantes de la librería.
Una anécdota que leímos en internet y lo compartimos, es el ofrecimiento de Karl Marx: dedicarle a Darwin la edición en lengua inglesa de El Capital. Darwin se negó con educación tremendo honor, pero su obra alcanzó de todas maneras, sin esa ‘ayudita’, una repercusión mundial. Otro hecho singular que rodeó la publicación del “Origen de las especies”, es el acalorado debate abierto en los círculos científicos más avanzados de todo el mundo. Las polémicas llegaron a ser inclusive sangrientas, motivó excomuniones, los que por adscribir la teoría de Darwin, adquirían tintes de verdaderos mártires de una nueva revolución científica.
Murió, como muchos lo hicieron en el mes de las letras: el 19 de abril de 1882 y fue enterrado junto a Isaac Newton. “De esta manera acabaron unidos los dos mayores científicos de la historia de Gran Bretaña”, dice una nota, “aunque no deja de ser curioso que en la parcela de suelo más sagrada de las islas, descansen los restos del que acabó con los milagros en el mundo físico y había reducido a Dios al papel de creador del Cosmos (Newton) y Darwin, que no sólo había terminado con los milagros en el mundo biológico sino también con la creación, despojando a Dios de su papel de creador del hombre, y al hombre, de su origen divino”.
Su pasión por la verdad, su compromiso con una causa, su extraordinaria modestia, su aversión a la crueldad y la injusticia y su bondad sin límites, son herencias universales que los luchadores de todos los tiempos adscriben acaso en el lema: servir al pueblo de todo corazón; pero, pues, de verdad...
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